jueves, 7 de febrero de 2013

Entrevista con Jorge Edwards

"Los cambios que se hicieron en Cuba son puro maquillaje"

Suplemento Enfoques, diario La Nación, 24 de abril de 2011

Uno es un intelectual chileno de izquierda, simpatizante del comunismo, que fue designado en 1971 por el presidente socialista Salvador Allende como embajador en La Habana. El otro es un intelectual chileno de derecha, simpatizante del liberalismo, que fue designado en 2010 por el presidente conservador Sebastián Piñera como embajador en París.
En realidad, no son tan distintos. Es más, uno y otro son el mismo: Jorge Edwards, escritor y diplomático, cuya vida, no sólo su ideología, dio un giro drástico "a los tres días" de haber pisado la capital cubana. En ese momento, como admite ahora ante Enfoques, se dio cuenta de que las feroces críticas de sus colegas del mundo literario contra el régimen de Fidel Castro no eran exageradas. Aunque había sido designado allí para restablecer relaciones entre Chile y Cuba, su respuesta fue escribir uno de sus libros más famosos, Persona non grata, en el que cuenta, en formato narrativo, su experiencia como embajador en esa época en la que llegó admirando la revolución cubana y se fue echado del país, acusado, sobre todo, del gravísimo delito de mantener relaciones fluidas con los escritores disidentes.
Cuando se publicó aquel libro, en 1973, la abrumadora mayoría de sus colegas latinoamericanos, como el ex revolucionario Mario Vargas Llosa, compartía sus ideas de izquierda, por lo que esa polémica obra convirtió a Edwards en el primer escritor que se animó a cuestionar públicamente la experiencia castrista y, obviamente, lo convirtió en una suerte de encarnación del mal para gran parte del ambiente literario del continente.
Este hombre afable y de gran sentido del humor, también abogado y periodista, que el 29 de junio cumplirá 80 años, quedó asociado desde entonces con las ideas de derecha, pero fue uno de los más tenaces críticos de la dictadura de Augusto Pinochet, hasta tal punto que debió exiliarse en España desde 1973 hasta 1979, año en que volvió a su país y desafió al régimen militar con la creación de un comité de defensa de la libertad de expresión, justo cuando la censura era algo demasiado cotidiano.
Edwards estuvo en Buenos Aires para sumarse a las deliberaciones de la Sociedad Mont Pelerin, una entidad internacional conservadora que durante tres días reunió a políticos, economistas e intelectuales liberales de todo el mundo para debatir sobre el populismo en América latina. Y así como no elude definiciones tajantes, se frena cuando se le pregunta por Cristina Kirchner: "Hombre, acuérdese de que soy embajador".
Esa moderación no la aplica tanto cuando habla de colegas como Gabriel García Márquez, a quien califica de "escurridizo" y del que destaca que "le gusta estar en la sombra del poder". Y aunque elogia a Pablo Neruda, con quien trabajó en la embajada chilena en París, revela que tenía un "doble discurso", porque no ventilaba en público algunas de sus críticas contra el socialismo.
También habla de literatura, por supuesto. De cómo le saca tiempo a su tarea de embajador para escribir la primera parte de sus memorias y un ensayo político que condense los epílogos de las distintas ediciones de Persona non grata . Esa pasión que mantiene inalterable y que se canalizó en libros que le sirvieron para formar parte del elenco más ilustre del boom latinoamericano. El peso de la noche, Los convidados de piedra El museo de cera El inútil de la familia La muerte de Montaigne , entre otras, conforman una obra por la que en 1999 obtuvo el premio Cervantes.
-Usted coincide en este encuentro internacional y en la Feria del Libro con Vargas Llosa, un colega al que algunos argentinos no quieren dejarlo hablar. ¿Cómo vivió este episodio? ¿Le hizo acordar a su pasado?
-A los escritores que dicen verdades o que incomodan se los suele hacer desaparecer como escritores o se los convierte en "no personas". Se produjo cuando a Borges lo quisieron hacer cuidador de un gallinero. A Vargas Llosa no lo quisieron dejar hablar en la Feria del Libro. Un premio Nobel de literatura, un hombre que ha dedicado su vida a escribir y a leer?
-En el oficialismo lo atribuyen a una reacción por su alto perfil político, al hecho de que había criticado al gobierno argentino y a que es un "ideólogo de la derecha"...
-Bueno, pero se puede ser ideólogo del centro, de la derecha y de la izquierda y no veo que eso sea un pecado. Y no dejar hablar a alguien porque es ideólogo de una idea contraria a la de uno es profundamente fascista, totalitario.
-¿Cuál es la imagen que usted tiene del gobierno de Cristina Kirchner?
-Hombre, acuérdese de que soy embajador.
-Pero también es un hombre político y comprometido con sus ideas.
-No conozco bien la situación en la Argentina, pero sí le digo una cosa: he estado en Buenos Aires muchas veces en mi vida y sus calles parecían bombardeadas, llena de baches, y hoy está mejor. No sé si el Gobierno está haciendo algo positivo, pero la he encontrado muy bonita.
-Claro, pero elogia a la ciudad de Buenos Aires, que está manejada por Macri, un hombre de centroderecha como usted...
-Bueno, puede ser... Encontré a Buenos Aires bien sin pensar que está manejada por Macri, no se me ocurrió, pero la ciudad trasmite una impresión del país. Y otra cosa: a pesar de todas las crisis, de todos los cambios, aquí hay una base cultural interesante. Se ve que los niveles de la educación en la Argentina siguen siendo buenos. Y se ve que hay mucha lectura.
-Usted es muy diplomático: sobre Cristina Kirchner no me dijo nada.
-No dije nada. (Se ríe.)
-¿No es uno de los liberales que asocian al kirchnerismo con el chavismo?
-No necesariamente. Los países chavistas son muy claros: Bolivia, Ecuador, Nicaragua. La Argentina tiene una personalidad diferente. Puede tener algunas relaciones con Venezuela. Pero también Chile tiene relaciones con Venezuela.
-Usted era un intelectual de izquierda que termina como embajador de un gobierno de derecha. ¿Cómo fue esta conversión?
-La experiencia cubana fue importante porque yo a los tres días de estar allí ya tenía una idea formada. Me dije: si este experimento político cubano se repite en Chile, yo voy a ser un exiliado. La Habana estaba llena de argentinos, ecuatorianos, brasileños, que muchas veces veían lo mismo, pero yo veía que eso en Chile podía ser una realidad política porque el gobierno de Allende estaba muy comprometido con el de Cuba.
-De todas formas, usted llegó a La Habana designado por Allende...
- Yo tenía la misión de abrir la embajada chilena porque hacía siete años que Chile había roto relaciones con Cuba. Lo que pasó justamente es que tener relaciones con el mundo literario era lo peor para un embajador porque ese mundo literario ya hablaba con mucha libertad y la crítica al régimen era feroz. Cuando yo vi a Fidel Castro la primera noche que llegué a La Habana y vi a los escritores al segundo día tomando daiquiris en el hotel porque era un sábado, dije: "Me metí en un lío más o menos importante".
-¿Cómo fue ese encuentro con Castro?
Llegué a La Habana, me llevaron a un teatro, quedé detrás del telón y al otro lado se escuchaba la voz de Fidel Castro. Terminó el discurso, que duró como cinco horas, y me lo presentaron. Cuando quiere caer simpático, es un encantador de serpientes. Después me dijeron que me iban a llevar a una entrevista en el periódico Granma . Era la una de la mañana, me llevaron al diario, todos esperamos bastante hasta que finalmente se abrió una puerta lateral, entró Fidel y hablamos durante tres horas y media? Me dijo cosas curiosas. "Ustedes deberían comenzar por algo y dejar el resto para después. Nacionalicen el cobre, háganlo con mucho cuidado, que la gente entienda que eso le conviene a todo el país y el socialismo lo dejan para más tarde". Muy prudente.
- Usted ya simpatizaba con Cuba.
-Tenía simpatía por el régimen cubano y por el mundo comunista pero había empezado a dudar. Cuando se produjo la invasión de Checoslovaquia no me gustó nada. Y en Cuba había varios problemas. No había dinero, había trueque. Era una economía totalmente falsa. También había algo siniestro: unas unidades militares de ayuda en la producción donde encerraban a los homosexuales, a gente que tenía religiones exóticas, a los drogadictos. A poco de andar, me di cuenta de que la revolución era un problema en sí mismo y de que los socialismos reales no funcionaban.
-Usted ha contado que esas mismas dudas las llegó a tener alguien insospechadamente de izquierda como Pablo Neruda.
-Cuando un periodista francés le preguntó por los crímenes de Stalin, Neruda le contestó: "Me equivoqué". Una vez, le habló con preocupación sobre la Unión Soviética a un ministro húngaro y le dijo que cada vez que molestaban a Solyenitzin en Occidente lo molestaban a él. Entonces el húngaro se puso de pie: "Pablo, de todas maneras el socialismo va a triunfar". Y Neruda le contestó: "Tengo serias dudas". En sus dudas era muy lúcido. Lo que pasa es que tenía doble lenguaje. Frente a una cámara no decía eso.
-No es el mismo caso de García Márquez. Debe de ser el último de los grandes escritores latinoamericanos que se mantiene fiel a Fidel Castro. ¿Usted le perdona esa simpatía?
-No, nunca se lo he perdonado ni él me ha perdonado Persona non grata , pero cada vez que me lo he encontrado almorzamos juntos. Mario (Vargas Llosa) es más combativo, muy guerrillero a su manera ideológica, pero García Márquez es astuto, escurridizo. A él le gustan los presidentes, por ejemplo, le gusta estar en la sombra del poder y era amigo de todos los presidentes de derecha de Colombia. Una vez estaba con no me acuerdo qué presidente de centroderecha de Colombia y el presidente mismo le dijo que se escondiera porque no le convenía esa foto. Y él aceptaba eso. Hay una interesantísima biografía de García Márquez, escrita por un inglés, en la que figura una escena impresionante: en La Habana, con la gente mal alimentada, Fidel y García Márquez están tomando champagne Dom Perignon mirando la situación desde un balcón.
-¿Puede haber cambios serios en Cuba mientras esté Fidel Castro?
-Sólo sin Fidel Castro habrá cambios. Los que se están haciendo ahora son puro maquillaje, cambios menores, una especie de lenta salida del socialismo. Sin Fidel se acelerará. Me hace acordar a un chiste antiguo. Le pregunta un polaco a otro: "¿Cuál es la manera más lenta de llegar al capitalismo?". "El socialismo", le contestan.
-Si hay rebeliones en el mundo árabe, es raro que no las haya en Cuba, ¿no?
-Hay miedo, aunque hay una cantidad de manifestaciones como las de los blogueros, que colocan en la Red una crítica feroz. Pero estuve en Cuba hace mucho tiempo y eso es del pasado. A mí me interesa hoy lo que pasa en Chile, en Brasil, en Colombia. Me apena que haya una solución política mala en Perú porque ahí hubo una imprevisión completa de los candidatos de la derecha. La prudencia es una virtud y tiene que ver con la política. Un presidente puede darse el lujo de ser imprudente, pero las consecuencias las sufren los demás. Allende comenzó con una medida imprudente: subió los sueldos un 40 por ciento, pero al final del año la inflación era del 100 por ciento y el alza se había perdido en el año.
-Es interesante: la prudencia no está muy valorizada en la política argentina.
-Es un valor desprestigiado. Porque los hispanoamericanos somos machistas, violentos, desmesurados, y a la persona prudente la consideramos débil, afeminada. En Cuba, José Lezama Lima me dijo un día: "¿Usted se ha dado cuenta de que aquí nos morimos de hambre? Espero que en Chile sean más prudentes". En la época de Allende les pregunté a varios funcionarios si no le tenían miedo a la inflación. Y un ministro de economía nos respondió a Neruda y a mí: "La inflación va a destruir el poder de la burguesía". Y Neruda le contestó: "Está muy equivocado. La inflación nos va a destruir a nosotros".
-Hay cada vez menos intelectuales que defiendan a Castro. ¿Se siente menos solo?
-No se ha pasado del castrismo sectario de hace treinta años al anticastrismo, sino a la indiferencia. Los jóvenes de ahora no se interesan en el tema, pero tampoco es muy positivo. Habría que revisar a fondo lo que fue el castrismo, el allendismo, incluyendo el fenómeno de Pinochet.
-¿En qué sentido hay que revisarlo?
-Pinochet es contradictorio porque fue un criminal, eso nunca lo he negado, pero, por ejemplo, permitió una transición pacífica. Estuvo tentado de dar un golpe, pero se dio cuenta de que no podía y los generales lo frenaron. Por lo menos eso mostró que el sentido del Derecho y los valores de la elección en Chile eran fuertes.
-Como crítico de Pinochet, ¿cómo convive con funcionarios de Piñera que estuvieron comprometidos con la dictadura?
-Es un tema que me ha inquietado. La situación chilena produjo una polarización extrema de la izquierda y de la derecha. La izquierda se comunistizó y la derecha se fascistizó . Pero el tiempo tiene que cambiar eso: hay que tener en Chile una izquierda y una derecha civilizadas y hay que darles la posibilidad de que eso ocurra.
-¿La derecha, hoy, está lejos de Pinochet?
-Ha evolucionado. Algunos más que otros.
-¿Por qué en las últimas elecciones no apoyó al candidato de la Concertación?
-La Concertación estaba muy agotada, deteriorada. Es equivocada esa idea que tienen a veces en la Concertación de que son los únicos que pueden gobernar porque los otros tienen compromisos con Pinochet. Nos iba a llevar a una situación parecida a la del PRI, al partido único. La alternancia es una gran solución.
-¿Le pesa que lo vinculen con la derecha?
-Mi familia, salvo algunos locos disidentes, como yo, es de derecha. A Piñera no lo conozco mucho, pero sí fui gran amigo de su padre. Y después de que yo dije que iba a votar por él, me invitó a cenar y me dijo: "Quiero ofrecerte algo que te permita colaborar con mi gobierno". Yo iba a contestar que no a cualquier cosa porque estaba escribiendo, retirado. Pero me ofreció esta embajada. Y no le pude decir que no a París. Porque, además, los chilenos me creerían tonto y me meterían en el psiquiátrico. (Risas.)

MANO A MANO

¿Es un diplomático que trabaja de escritor? ¿O un escritor que trabaja de diplomático? Jorge Edwards no permite responder fácilmente estas preguntas. Menos aún si se intenta dilucidar en los términos de este esquemático siglo XXI el viraje que lo llevó de la izquierda a la derecha, sin escalas. Es evidente que se desencantó del socialismo real que acumulaba injusticias en nombre de la revolución, pero su experiencia de campo en Cuba es lo que torna su testimonio mucho más impactante. Conoce al Fidel más íntimo, a un García Márquez y a un Neruda con tonalidades distintas a las de las biografías oficiales y, como si fuera una especie de WikiLeaks ambulante, revela una trama nada heroica, bien humana. Aunque estaba muy cansado por el viaje desde París, se prestó a la charla con gran calidez. Diplomático hasta la médula, ser escritor le aporta un matiz desacartonado. Me dejó dudas sobre sus zigzagueos ideológicos, pero me encantó que fuera tan sincero respecto de la oferta de la embajada en París. Podría haber dicho que la había aceptado por su patria, pero Edwards, cerca de los 80 años, se sigue arriesgando a que muchos lo consideren una "persona non grata".

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