sábado, 12 de enero de 2013

Jazz: crítica del concierto de Keith Jarrett

Keith Jarrett, en el Teatro Colón

Diario La Nación, Sección Espectáculos, 14 de abril de 2011

Si alguien todavía creía que el artista se debe a su público, Keith Jarrett se encargó anteanoche de destrozar ese pensamiento. Lo hizo a su manera, claro está, con una altísima carga de talento, que era lo que se esperaba de él, uno de los mejores pianistas de todos los tiempos, pero también con una inquietante dosis de mal humor y de desconsideración hacia la mayoría del público, que llenó como pocas veces el Teatro Colón, pagó entradas a un precio excesivo y lo ovacionó de pie, sin que le importaran las incomodidades que provocó este genio de mal carácter.

Lo esencial: el pianista norteamericano renovó y profundizó su compromiso con el arriesgado formato de la improvisación en piano solo, el mismo que le permitió la consagración gracias al célebre disco The Köln Concert, de 1975. Se escuchó en el escenario del Teatro Colón a un Jarrett quizá menos audaz, que fue armando filigranas sonoras con su punzante mano izquierda mientras su mano derecha terminaba de desarmar y de armar climas intrincados, melodías inesperadamente bellas. Es notable verlo en acción, cómo se sienta ante el piano, medita unos segundos y, ya con una idea en mente, compone en escena, sin red, esa multiforme combinación, en la que, jarrettianamente , con perdón del neologismo, no hay barreras entre el jazz, el blues, la música clásica y hasta ciertos aires flamencos.
Esa fórmula, siempre riesgosa e impredecible, brindó algunos de los mejores momentos de la música contemporánea. Pero una clave de esta aventura es, obviamente, el hecho de que se trata de improvisaciones en vivo, en un teatro repleto de gente. Y el problema es que es conocida la tremenda aversión de Jarrett a cualquier ruido en la sala y a esos fanáticos que sacan fotos o filman durante sus presentaciones. Anteanoche, poco antes del inicio del concierto, dos veces se insistió por los altoparlantes en que se apagaran los celulares y en que nadie registrara ninguna imagen. Y sucedió lo peor: Jarrett salió al escenario, pero un desubicado le tomó una fotografía con su celular. El artista lo descubrió, se fue rápidamente detrás del telón y el locutor insistió en el pedido del principio, pero el Jarrett que volvió a escena ya no era el mismo. Estaba enfurecido, desconcentrado. Por momentos su estado de ánimo era un aliado en ciertos pasajes intensos, pero parecía envenenado por la situación, hasta tal punto que descargó su ira contra el piano (en el que han tocado sin problemas muchísimos artistas y que él mismo había probado antes del concierto), quejándose de que en un teatro que costó tantos millones tuvieran un instrumento "que no es bueno". Y lo hizo varias veces, con gestos y muecas elocuentes. El intervalo sirvió para afinar el piano y para que gran parte del público descargara en activos corrillos la tensión que Jarrett había transmitido a la platea.
La segunda parte mostró un Jarrett al que quizá lo habían calmado con un té de tilo, aunque protestó contra alguna tos de un plateísta. Aquí se escuchó a un artista mejor enfocado, demostrando, entre esbozos de baladas y climas de bebop, que hay más de un solo pianista en su piel. Quizá la reconciliación fue tardía, pero llegó: aun con sensación de cierto maltrato, la gente lo ovacionó de pie. Y él les regaló tres bises (el último, un pequeño y delicioso blues), aunque Jarrett no pudo con su (mal) genio y lo último que les dejó a los porteños fue una fuerte queja, con insulto incluido, contra quienes suben a YouTube filmaciones de mala calidad de sus recitales.

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