sábado, 12 de enero de 2013

Entrevista con Ricardo Lagos

Ricardo Lagos: "Hay que pensar más en la próxima generación que en la próxima elección"

Suplemento Enfoques, diario La Nación, 3 de abril de 2011

En Chile algunos lo bautizaron como "Capitán Planeta" porque recorre el mundo, designado por las Naciones Unidas, como "enviado especial para el cambio climático", pero Ricardo Lagos no tiene el aspecto de un superhéroe. En todo caso, no se parecerá físicamente a uno de ellos, pero en América latina hay quienes consideran que tiene más fuerza que Superman por no haber cedido a la tentación de muchos de sus colegas regionales de reformar la Constitución para lograr mantenerse como sea en el poder, pese a que terminó con un índice de aprobación del 60% el mandato como presidente de su país, entre 2000 y 2006.
"Cuando promediaba mi gobierno, la oposición vio que las cosas iban mejorando mucho y entonces dijo que el presidente andaba buscando la reelección, una vez, dos, tres... En una ocasión advertí que iba a hablar una vez y para siempre: «Este presidente conoce las reglas de este sistema democrático. Si se quiere discutir la reelección, discutámoslo en el Parlamento, pero será para el próximo y no para mí. Yo fui elegido con estas reglas y con estas reglas me voy». Siento que debe ser así", dice con naturalidad este abogado y economista de 73 años, pisciano, casado, con tres hijos, el primer presidente socialista de Chile después de Salvador Allende, uno de esos mandatarios exitosos que, por su función en la ONU y por haber sido presidente del Club de Madrid, que agrupa a ex jefes de Estado, mantiene intensos contactos con casi todos los políticos más importantes del planeta y, quizá precisamente por eso, se cuida de no interferir en la política interna de los países ni de meterse en problemas cuando habla de mandatarios de los que lo separan muchísimo más que el ánimo de reelección perpetua.
Pero su decisión de cuidarse en este rubro no pasteuriza su discurso ni, mucho menos, lo convierte en uno de esos típicos burócratas internacionales que están más interesados en sumar millas en sus viajes que en comprometerse, como Lagos, con una visión del mundo vigorosa, humanista, auténticamente democrática. Es que por más que no hable con nombre y apellido de Hugo Chávez, Cristina Kirchner o Rafael Correa, por ejemplo, muchas de sus definiciones se transforman en matices diferenciadores de aquellos líderes que, en nombre de una nueva izquierda o del socialismo del siglo XXI, terminan limitando libertades o violentando leyes.
El ex presidente chileno, que estuvo en Buenos Aires para participar del Foro Internacional PoliTICs 2011, organizado por la Fundación CiGob, es uno de los principales exponentes de la Concertación, la coalición de partidos de centroizquierda de Chile que integra, además del socialismo, la Democracia Cristiana (DC), entre otros. Y que nació en 1988 para oponerse a la continuidad de Augusto Pinochet en el poder: primero ganó un plebiscito para decidir si el dictador seguía hasta 1997 y luego triunfó en las elecciones, con el 55,2% de los votos, en las que el democristiano Patricio Patricio Aylwin fue elegido presidente.
El siguiente mandato constitucional también fue para un candidato de la Concertación salido de las filas de la DC, Eduardo Frei. Y, desde 2000 hasta 2006, el tercer turno democrático luego del golpe de 1973 fue para Lagos, que le ganó en segunda vuelta al candidato pinochetista Joaquín Lavín. Y que se caracterizó por una gestión que hizo crecer la economía y mejorar los índices sociales, algo que explica que haya sido uno de los presidentes más populares de Chile (aunque también quedó herido políticamente por la derrota electoral de su sucesora, Michelle Bachelet, en manos del empresario Sebastián Piñera, luego de 20 años en los que gobernó la Concertación).
-Usted vino a hablar del impacto de las nuevas tecnologías en la política y en la forma de gobernar. ¿Este es uno de los desafíos que tiene el continente? ¿Cuáles son ahora los desafíos de nuestra región?
-Los desafíos tienen mucho que ver con lo que ha sido nuestra experiencia. Primero, en todos nuestros países tenemos que consolidar nuestro sistema democrático. La democracia es un proceso, nunca está perfecta. La "democracia 2.0" es un desafío para nuestras democracias, para nuestros partidos, para nuestros gobiernos. No es sólo que Internet sirve para ser elegido, léase Obama, sino también mire lo que ha pasado en el mundo árabe: es más que eso; la Red está aquí para quedarse. Hasta ahora la política ha consistido en que los políticos decimos nuestras ideas y los ciudadanos escuchan, evalúan y votan... En cambio, el 1.0 significa que usted pone sus ideas en la Red y el 2.0 es que el sector se lo devuelve,y, por tanto, la diferencia entre los emisores y los receptores es cada vez más tenue. No sé cómo va a cambiar la política, pero la va a cambiar...
-¿Y la está cambiando hoy? ¿Cómo?
-No, todavía estamos en medio de esta enorme ola del cambio tecnológico. Estamos prestos a cambiar, pero la ola está ahí. Esto puede ser como volver a la plaza de Atenas y vamos a estar todos ahí, virtualmente. ¿Qué le va a costar a un gobierno para decir "voy a hacer un plebiscito pasado mañana", literalmente, y si están de acuerdo aprieten 1 y si no, aprieten el 2?
-Los políticos deben ser inspiradores, capaces de asumir un liderazgo con ideas propias que muchas veces no surgen del consenso, de la iniciativa de la gente. Esta irrupción de la tecnología en la política también sugiere la idea de una especie de "tiranía": está muy bien que el pueblo pueda tener más canales de participación, pero ¿cómo hace la dirigencia para no vivir esclava del "rating"?
-En la plaza de Atenas a veces había una especie de orador para convencer a la mayoría, a pesar de que su idea no era muy popular. El líder está para conducir y cambiar, no está para ser un seguidor de encuestas. Una cosa distinta es que el líder tiene que saber escuchar y por supuesto que la tecnología sirve para eso. Hay una mezcla ahí de cómo se sabe escuchar pero cómo se sabe también conducir: existen momentos en que el líder tiene que tomar una definición porque entiende que eso es positivo en el largo plazo. Y ésa es la vieja disyuntiva: cuando se es jefe de Estado hay que pensar más bien en la próxima generación que en la próxima elección. Pero la tentación por la próxima elección...
-En relación con los desafíos de América latina, hay distintos países viéndose en el espejo de Hugo Chávez. ¿En qué medida este tipo de democracia con menos apego a lo institucional complica a la región?
-Lo pondría en otros términos. Hoy, en el mundo, hay que tener un Estado de Derecho con mayor o menor grado de elaboración porque, si no, a veces usted descubre que el gigante tenía pies de barro. ¿Qué otra cosa es lo que estamos viendo en el mundo árabe? Parecía que todo estaba tan tranquilo y repentinamente lo que detona aquello es casi insólito: un muchacho al que lo tratan mal, y que se prende fuego porque considera que está humillado. Siempre la historia está hecha de estos actos, pero aquí estamos en presencia de algo mucho más impactante. En ese sentido, creo que estamos aprendiendo también que las conductas democráticas, el Estado de Derecho, tienen que ver con que el ser humano se siente hoy en día más empoderado, por así decirlo, y exige su respeto. Ahora, no deja de ser notable que este empoderamiento va acompañado también por un mayor crecimiento, con más presencia de sectores medios, más profesionales... Si el encargado de Google en El Cairo termina siendo el eje... eso no está en los clásicos.
-Hay una frase que le dijo al diario español El País que me parece vinculada con esto: "Sin chequera no es fácil ser populista durante mucho tiempo".
-Es que muchas veces cuando estaba con ellos como presidente les decía: "Mi problema es que primero tengo que hacer crecer la economía y, una vez que crece, ese delta del crecimiento lo puedo destinar a mejorar la educación, la salud, la vivienda, pero si no crezco, no puedo". Y hemos aprendido: para distribuir primero hay que crecer. Pero también sabemos que es importante distribuir para que haya una cohesión social para seguir creciendo. Es un camino complejo, difícil. Si me preocupo sólo por distribuir, se acaban las inversiones y el crecimiento. Si me preocupo sólo por crecer a la larga tengo un conflicto social.
-¿Qué es ser hoy socialista? Quizá fue variando con el paso de las décadas. ¿O no?
-Los parámetros son los mismos de siempre. Ser de izquierda tiene que ver con igualdad y libertad en un mismo pie. No quiero suprimir la libertad so pretexto de la igualdad, y viceversa, pero hay que entender que la igualdad, cuando la riqueza proviene de la tierra, es clara en qué consiste, tener todos un poquito de tierra. Cuando la Revolución Industrial surge con fuerza, Marx le dirá que lo importante son los medios de producción, pero cuando hoy las primeras fortunas del mundo están determinadas por lo que pasó en Google o en las tecnologías de información, eso es conocimiento. Entonces, en este siglo XXI el acceso al conocimiento y las oportunidades que eso brinda es lo determinante. ¿Cómo genero estas condiciones? Algunos me van a decir por el voucher, pero la plata que le doy a cada persona para que vaya a comprar la educación al mercado, más la plata que tiene en el bolsillo, mantiene la desigualdad. La única forma de romper los sistemas actuales, en los que la cuna donde uno nace determina la tumba donde será enterrado, es en función de una política que implica discriminar y dar más donde hay menos desde el punto de vista educativo. Y tiene que ver mucho más con definiciones del ciudadano a través de las políticas públicas que, como algunos creen, con las decisiones del mercado. Pero una sociedad hecha a imagen y semejanza del mercado termina siendo más desigual que una en donde los ciudadanos deciden qué tipo de sociedad quieren. En otras palabras, la línea divisoria entre más izquierda o más derecha tiene que ver con cuál es el rol de los ciudadanos y el de los consumidores. Ser socialista hoy es dónde establecemos esta línea divisoria, escuchando a los ciudadanos y no a los consumidores. Hemos aprendido también que tener un presupuesto bien equilibrado no define al socialismo: eso es sentido común.
-Una vez le preguntaron por qué usted y Bachelet salieron del gobierno con más popularidad que con la que llegaron y usted contestó: "Porque no hay reelección". ¿Es tan importante realmente?
-La respuesta tenía que ver con que, a lo mejor, como no hay reelección por eso al final de su período lo atacan menos (risas).
-Parece un exceso de modestia...
-Hay que buscar una forma también de construir puentes, especialmente cuando hemos tenido sociedades como la nuestra, hasta hoy bastante polarizada. El tema derechos humanos raspa un poquito. Cuando era presidente y salía del país siempre me preguntaban por Pinochet. Ahora no, pero igual se sigue haciendo: hace poco Obama estuvo de visita en Chile y y los periodistas chilenos acordaron hacerle una sola pregunta: si estaba dispuesto a pedir perdón con respecto a lo que le hizo Estados Unidos a [Salvador] Allende. Estamos en 2011 y le estamos pidiendo cuentas por algo que pasó hace cuarenta años... El dijo que prefería mirar hacia adelante, pero eso revela que todavía los temas están presentes. ¿Cómo hacemos para tender puentes? Hay que hacer un esfuerzo por incluir, e incluir quiere decir también hacerlo con los que no piensan como uno.
-Quizá ni a usted ni a Bachelet nadie podría haberle discutido la lógica aspiración a seguir gobernando, más allá de lo que diga la Constitución. ¿Es difícil no ceder a la tentación, pese a la popularidad de la gestión?
-Cuando promediaba mi gobierno, la oposición vio que las cosas iban mejorando mucho y dijo que el presidente andaba buscando la reelección, una vez, dos, tres... En una ocasión advertí que iba a hablar una vez y para siempre: "Este presidente conoce las reglas de este sistema democrático. Si se quiere discutir la reelección, discutámoslo en el Parlamento, pero será para el próximo y no para mí. Yo fui elegido con estas reglas y con estas reglas me voy". Siento que debe ser así. Tengo un profundo respeto por algunos amigos que plantearon la modificación constitucional... Pero estos principios son demasiado básicos.
-En la Argentina, donde los gobiernos suelen adoptar una actitud pendular, quizá valoramos más a países como Chile en los cuales se mantienen políticas de Estado. ¿Cuál es el secreto para no deshacer lo que decidió un gobierno anterior de un signo contrario?
-...O de no hacer lo que se venía haciendo y no continuarlo. Tiene que ver con entender que la historia no comienza cuando lo eligen a usted presidente. Por lo tanto, usted construye sobre los hombros de sus antecesores. Yo pude hacer una reforma más profunda de salud porque Aylwin y Frei gastaron una cantidad enorme de recursos para mejorar la infraestructura. Y justamente por eso uno puede dar un salto: si yo podía hacer cosas para mejorar los consultorios primarios era porque teníamos más consultorios.
-Usted dijo que hay vida después de ser presidente. ¿Cómo es esa vida?
-Eso fue un chiste. Yo había dejado el Ministerio de Obras Públicas y era claro que iba a ser candidato a presidente. Y durante un homenaje a Julio Cortázar en la Universidad de Guadalajara, el ex presidente Belisario Betancur me dijo: "Ricardo, te tengo una espléndida sorpresa. Te garantizo que existe vida, y una muy buena vida, después de ser presidente. La pasas muy bien, te invitan". "Ah, qué bueno saberlo", le contesté. Y me dijo: "Pero hay un problema, Ricardo: primero hay que ser presidente, y eso es muy duro".

MANO A MANO

Haber sido un presidente exitoso no implica necesariamente quedar encerrado en esas campanas de cristal desde donde no se ve, no se escucha ni se siente lo mismo que el resto de los mortales. Ricardo Lagos es el mejor ejemplo. Es sencillo, cortés, austero. Con una profundidad y una capacidad de análisis poco habitual. Uno de esos dirigentes a los que con solo escucharlos de hace evidente que no es un integrante más de esa corporación internacional de ex presidentes que viven sólo de contar sus logros y justificar sus fracasos. Es cierto que no personaliza al hablar de algunos líderes actuales, pero es tan contundente al contar su experiencia y explicar su andamiaje de ideas que pedirle más sería casi una invitación a la redundancia. Aun así, suena tan políticamente correcto que muchos argentinos sospecharían de él. Lagos me recibió en medio de una fugaz visita a Buenos Aires, con signos de cansancio y una agenda que parecía cerrada. Pero la promesa de una charla breve se transformó en un hechizante diálogo de una hora, en el que se mostró con la misma pasión y humildad con las que seguramente conquistó a la sociedad chilena. Y que tan bien vendrían de este lado de la Cordillera.

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