miércoles, 9 de enero de 2013

Entrevista con Michelle Bachelet


Bachelet: "Nunca traté de ser populista ni demagógica"

Suplemento Enfoques, diario La Nación, 8 de noviembre de 2009

SANTIAGO, CHILE.- Cuando habla de él, a Michelle Bachelet le brillan más los ojos y se le dibuja una mayor sonrisa. La presidenta de Chile no tiene marido ni tampoco pololo (novio), pero este hombre es, al parecer, uno de los que no la han defraudado. A su manera, también es un hombre distinto, loco para muchos, que lidera un proceso exitoso en este país, tanto que su nombre apareció tres veces en boca de Bachelet durante la entrevista exclusiva con Enfoques, más que las veces en que fueron mencionados, por ejemplo, Barack Obama o Luiz Inacio Lula da Silva.
Marcelo Bielsa, de él se trata, es un ídolo trasandino que volvió a llevar a la selección chilena al Mundial de fútbol y, sobre todo, les permitió a nuestros vecinos obtener confianza en sí mismos. En este sentido, formó una sociedad perfecta con esta mandataria que hoy tiene un 80 por ciento de aprobación popular, una gestión que se sobrepuso a serios problemas y que simboliza el acceso al poder de la gente común por encima de los aparatos políticos y, en particular, el triunfo de la tolerancia en una sociedad machista y conservadora como la chilena: es mujer, socialista, estuvo casada y se divorció, fue madre soltera de su última hija.
Bachelet puede ser un desafío para cualquier periodista que quiera obtener definiciones grandilocuentes o títulos escandalosos: no habla mal de sus colegas latinoamericanos, se diferencia de algunos sólo apelando a sus propias ideas o a su experiencia, critica con elegancia a sus opositores y no se ensaña con quienes piensan distinto ni cuando habla de Augusto Pinochet, el sangriento dictador que, tras el golpe militar de 1973, fue responsable no sólo de haber llevado a su padre, el general Alberto Bachelet, a prisión, donde fue asesinado, sino también de las torturas que ella y su madre, Angela Jeria, tuvieron que soportar en 1975, durante su detención en Villa Grimaldi, una mansión santiaguina que se convirtió en un centro de muertes y desapariciones.
Una vez que ambas fueron liberadas, empezaron cuatro años de exilio. Primero en Australia y luego en la República Democrática Alemana. Allí terminó de estudiar Medicina, se casó y tuvo un hijo, Sebastián (hoy, de 31 años). Regresó a Santiago en 1979. Cinco años después llegó su segunda hija, Francisca (de 25 años), se separó, volvió a enamorarse y tuvo otra hija, Sofía (de 16 años).
En 2000, cuando Ricardo Lagos asumió la presidencia, Bachelet fue designada ministra de Salud. En 2002, se convirtió en la primera mujer en América latina en ocupar el Ministerio de Defensa. Dos años después fue elegida candidata presidencial: obtuvo el 45,95% de los votos en las elecciones del 11 de diciembre de 2005 y, en la segunda vuelta, el 53,49 por ciento.
Hoy, esta médica pediatra de 58 años, agnóstica, divorciada, madre de tres hijos, está a cuatro meses de dejar el poder en el mejor momento de su gobierno, pero no alcanza para asegurar que Eduardo Frei, el candidato de la coalición oficial, la Concertación, logre la mayoría suficiente para derrotar en la primera vuelta de las elecciones del 13 de diciembre a sus dos principales rivales: el empresario Sebastián Piñera y el joven diputado Marco Enríquez-Ominami, hijo de un guerrillero muerto en la dictadura.
¿Cuál es el secreto de Bachelet? Chile no puede escaparse del signo de la desigualdad de su sociedad, pero los números acompañan un crecimiento económico y social, asociado a un horizonte de previsibilidad política, que hicieron que el propio Obama calificara a Bachelet como "uno de los mejores líderes de América latina".
En este mismo Palacio de La Moneda que fue bombardeado el día del golpe pinochetista, el 11 de septiembre de 1973, la presidenta recibe a Enfoques y sostiene que su relación con Cristina Kirchner es "una apuesta que tenemos que cuidar".
Además, afirma que cree en "una integración regional que implique unidad dentro de la diversidad" y deja una frase que, aunque no fue su intención, podría aplicarse a nuestro país: "En la política no hay que hacerse nunca un traje a medida. Tiene que haber reglas claras para todos, permanentes, y no pueden cambiarse al gusto de uno u otro liderazgo".
Sobre el período de la dictadura, Bachelet reflexiona acerca de cómo desterró el odio: "Lo que pasó en Chile fue tan terrible que mi responsabilidad es que donde yo estuviera -como una funcionaria pública y chiquitita, una ministra de Salud o Defensa, o una presidenta- debía hacer todos los esfuerzos para que nuestro país se reencontrara".
-La reciente visita a Chile de la presidenta Cristina Kirchner pareció descongelar una relación que tuvo altibajos. ¿Cómo la califica usted?
-La visita y los acuerdos que firmamos muestran un proceso de integración que cada vez va adquiriendo un grado de madurez y de cooperación más importante, que se ha expresado en múltiples áreas desde que en 1996 el presidente Eduardo Frei ingresó al Mercosur. Luego, en lo bilateral, en áreas muy diversas como los acuerdos de libre comercio, más tarde en el sector de la defensa, con la participación conjunta en operaciones de paz. Hoy, hay una fuerza conjunta, Cruz del Sur, que busca enfrentar problemas que puedan surgir desde el punto de vista de seguridad o de la paz. Y las metodologías estandarizadas para transparentar el gasto de defensa, como medida de confianza mutua en un país con el que en el pasado hubo tensiones muy importantes y que logramos, afortunadamente, no llegar a un conflicto militar. Y terminamos con la firma de un tratado de integración y cooperación, que lo que define es el contenido más específico sobre esta asociación estratégica entre Chile y la Argentina, entendiendo que somos dos países vecinos, que tenemos múltiples fortalezas cada uno, pero también desafíos comunes. Y si somos capaces de producir sinergia entre los procesos de cada país, podremos generar mayor desarrollo y crecimiento en nuestros países. Nosotras lo simbolizamos en el segundo abrazo de Maipú, "el abrazo 2.0", como dije en broma, o "punto mujer" porque éramos dos mujeres, en el sentido de que aquí hay una apuesta entre Chile y la Argentina que tenemos que cuidar y que, además, tiene contenidos concretos en el ámbito de la seguridad social, de la conectividad, del intercambio de inversiones, etcétera.
-Si algo bueno tiene Chile es su condición de país previsible. ¿Cómo se hace para negociar con un país tan imprevisible y con tantos cambios de reglas de juego como la Argentina?
-Somos un país previsible porque hemos definido reglas de juego y las respetamos. Y en caso de que las reglas de juego tengan que cambiarse, siempre incluyen las compensaciones necesarias o los mecanismos para resolver una diferencia. Nosotros hemos negociado con la Argentina igual que con cualquier otro país, estableciendo lo que son los intereses nacionales y, me imagino, la Argentina los suyos, buscando cuál es el nivel de acuerdo al cual podemos llegar. Como lo hacemos con todos los países, porque todos los países para hacer un acuerdo requieren tener algo positivo y productivo. No ha habido una estrategia distinta que con el resto de los países.
-¿Esta falta de previsibilidad entonces no ha afectado la relación?
-Yo hablo de Chile. No voy a opinar sobre la Argentina. Cada vez que ha sido necesario ponerse de acuerdo en temas de carácter bilateral, lo hemos conversado con el gobierno argentino y hemos buscado siempre las soluciones para enfrentar situaciones que pudieran afectarnos.
-Tanto usted como Lula son tomados como modelos en la región, pero en el continente hay otro modelo, que encarna Hugo Chávez, que causa preocupación en el resto del mundo y que está asociado con restricciones de libertades o con algunas formas reñidas con la tradición democrática. ¿Le parece que el presidente venezolano ejerce una influencia negativa?
-En Chile no hablamos de otros presidentes ni de la gestión de gobierno de otros presidentes. Siempre somos muy respetuosos porque son todos presidentes elegidos democráticamente. En la región hay desafíos comunes. En términos de pobreza, pero también desafíos globales como el narcotráfico, la energía, la infraestructura, la conectividad Pacífico-Atlántico... En fin, un conjunto de desafíos que vamos a lograr resolver a través de la integración. Esa integración implica unidad, pero dentro de la diversidad. ¿Por qué? Chile ha desarrollado su modelo de una manera que puede ser similar a otros países de América latina. Pero hay otros presidentes que no creen en el libre comercio, que tienen una manera de conducir el gobierno distinta de la nuestra, y no hay modelos ni recetas porque los países tienen historias distintas, tradiciones políticas distintas, constituciones distintas. Tenemos dolores y alegrías diferentes. Por lo tanto, Chile no pretende imponerle a ningun otro país el modelo de desarrollo chileno. Lo que sí vamos a hacer siempre es decir: a nosotros nos ha ido bien. Y vamos a discutir si hay prejuicios frente a ciertos temas. Yo no comparto los prejuicios contra el libre comercio, pero tengo respeto por la opinión de otros y en el lugar donde corresponde se podrá discutir porque para Chile ha sido una buena opción. America latina tiene dirigentes que tienen un desafío común, hay dirigentes con los que tenemos alguna perspectiva diferente frente a algunos temas, pero la única manera de que América del Sur salga adelante es que acordemos sobre aquello que tenemos en común y que dejemos las diferencias debajo de la mesa.
-Usted tiene un alto índice de popularidad en la sociedad chilena y, ante eso, suele existir la tentación de seguir en el poder. Aunque la legislación no se lo permite, ¿pensó en algún momento en impulsar alguna enmienda constitucional que la autorizara a aspirar a una reelección? ¿Lo considera necesario para terminar su plan de gobierno?
-No, no lo he pensado y no lo voy a hacer. En la política hay que ser ética y estética. Además, en todo, y en la política en particular, no hay que hacerse nunca un traje a medida. La política tiene que tener reglas claras para todos, permanentes, y no pueden cambiarse al gusto de uno u otro liderazgo. Ahora bien, un período de cuatro años es corto. Era de seis años y me tocaron cuatro. No es el tiempo suficiente para consolidar algunos proyectos, pero fue una decisión que se tomó en el Parlamento. Y si en algún momento me hubiera planteado no la reelección, sino la prolongación de un año, hubiera sido a partir del próximo gobierno, no del mío. Como dije, todo lo que se haga como traje a medida está reñido con el espíritu democrático. Las reglas de juego hay que cumplirlas fielmente.
-¿Quiere volver a presentarse como candidata presidencial en 2014?
-No tengo idea de lo que va a pasar en mi vida más allá (risas). Por ahora, mi preocupación central es terminar muy bien el gobierno, cumplir con los compromisos que hemos asumido ante la gente. No quiero que ningún otro tema me desvíe de este sentido principal. Esta pregunta siempre me la hacen los periodistas porque yo no me la pregunto a mí misma (risas).
-Todos estamos obsesionados con su futuro, por lo visto.
-Ya vendrá algo. Soy una mujer que ha trabajado toda su vida. Además, tengo una deuda pendiente con mi familia más o menos grande, así que tendré que combinarla con la necesidad de trabajo.
-¿Realmente no sabe qué hará?
-No lo sé. Lo que ha sido la opción de toda mi vida es el servicio público. Trabajar por los demás. Desde que opté por estudiar Medicina hasta lo que hecho toda mi vida en la política. La definición fundamental sería: donde yo pueda ser más útil.
-Algunos analistas consideran que Chile no ha utilizado su estabilidad política y su desarrollo económico para proyectarse más como una potencia diplomática. ¿Le parece que es así?
-No comparto ese juicio. Chile ha hecho una tarea muy importante en todos los ámbitos diplomáticos. Cuando estuvimos presidiendo la Unasur tuvimos una actitud muy dinámica. Cada vez que hay cualquier conflicto, Chile trata de mediar por la vía de la bilateralidad, pero, en verdad, el rol de los países también tiene que ver con la potencia que está detrás. Nadie duda de que los países emergentes como Brasil, Japón o la India tienen que estar en el Consejo de Seguridad de la ONU como miembros permanentes. Sin embargo, había un presidente brasileño que siempre señalaba que Chile ejercía un liderazgo conceptual y hay algo de cierto en eso. Chile siempre fue capaz de ir haciendo caminos novedosos, inéditos, constructivos y positivos. Tenemos clara conciencia de que somos un país con muchas fortalezas y capacidades, pero no tenemos la tremenda potencia económica ni militar. Nos vemos como un país que busca armonizar, tender puentes, generar mejores condiciones para avanzar.
-Usted integra una camada de presidentes de izquierda, progresistas, pero ¿qué es ser hoy progresista, a diferencia de otras décadas?
-Tal vez es lo mismo de siempre, en el sentido de que los sueños, los anhelos, son exactamente los mismos. Y significa estar convencida de que un país requiere de desarrollo, y desarrollo implica necesariamente dos cosas: crecer en la economía, pero también igualdad de oportunidades. El crecimiento para unos pocos no es de un país desarrollado. En ese sentido, significa la lucha contra la pobreza, contra la discriminación, por la inclusión social. Y, en ese sentido, la lucha contra las desigualdades, que no son sólo económicas, también de género, generacionales, territoriales. Un progresista aspira a un mundo más justo, solidario, armómico, y que otorgue oportunidades a cada uno de sus hijos. Es exactamente lo mismo que yo sentía cuando tenía 20 años, o cuando tenía 14 años y militaba en la Universidad. La diferencia es que con los años uno ha aprendido que los sueños pueden ser los mismos, pero que los instrumentos pueden cambiar. En Chile, no sé si se nos podría calificar de pragmáticos. Esa es una palabra que me daba náuseas cuando era joven. Pero si es en el sentido de los griegos, que decían que era la capacidad de llevar los sueños a la realidad, en ese sentido sí somos pragmáticos.
-¿Desgasta el ejercicio del poder? ¿Cómo la desgastó a usted?
-He entendido siempre el poder como un tremendo honor y privilegio en el sentido de que da la posibilidad de llevar adelante la realización de los sueños no personales sino colectivos. Uno sabe también que el poder no es absoluto, y a mí tampoco me interesa el poder absoluto (se ríe). Por lo tanto, uno sabe que, dentro de la posibilidad real de llevar los sueños adelante, uno tiene que hacer acuerdos con el Parlamento, con otras fuerzas políticas y eso es lo que hemos estado haciendo. Gobernar es ser capaz de concertar voluntades en pos de un proyecto. Ahora bien, ¿desgaste? Para mí, el poder nunca ha tenido una significación más de la que le estoy diciendo. La gente se reía de mí, al comienzo, porque hablaba por teléfono y decía: "Voy a la oficina". Entonces les parecía raro que un presidente hablara de la oficina, pero es donde yo trabajo, es mi trabajo. Las alturas nunca me han mareado. La gente que me conoce dice que no he cambiado mi manera de ser. Con lo cual no me he desgastado tampoco. Porque estoy preocupada por hacer un buen gobierno para la gente, no si en la encuesta estoy más arriba o más abajo. Nunca he tratado de ser populista ni demagógica. Sí, convencida de lo que hay que hacer, tratando de explicar las decisiones de la mejor manera y llevándolas adelante.
-¿No extrañará el poder?
-Aquí hay un viejo chiste que me contaron los militares cuando era ministra de Defensa. ¿Cómo sabe un general que ha pasado a retiro? Cuando se sienta en el asiento de atrás y el auto no arranca (risas). A mí me encanta manejar, el problema de ser chofer no me molesta. Jamás he sido una persona preocupada por los lujos ni nada por el estilo. En el rol de presidente uno debe tener la dignidad del rango. Pero también guardamos nuestras características personales y he sido presidenta con ellas. No he tenido que disfrazarme ni posar ni tratar de hacer nada que no fuera cumplir seriamente mi trabajo. ¿Qué podría echar de menos? Probablemente si vuelvo a viajar en la clase económica de los aviones tendré una cierta nostalgia de cuando iba un poco más cómoda (se ríe). Pero echo de menos cosas de mi vida normal, llamémosla así. Me gusta comprar en el supermercado porque me gusta conversar con la gente. Esas cosas voy a recuperarlas, por supuesto.
-"Porque fui víctima del odio consagré mi vida a desterrar el odio", dijo usted cuando asumió la presidencia. ¿Cuales son las claves para poder elaborar y desterrar el odio para una persona como usted, que fue víctima de la dictadura, como sus padres?
-Se me han acercado familiares de ejecutados políticos, de detenidos- desaparecidos, y me han preguntado eso: ¿cómo se hace? No hay una receta. Tengo la percepción de que hay una suma de factores. En su momento tuve mucho dolor y rabia. Tiene que haber una estructura de personalidad porque mi madre es igual, no sé si es genética o algo aprendido en el hogar: la manera de lidiar con los dolores, el no ser vengativa o rencorosa, el tratar de hacerse cargo del pasado siempre, pero buscando más propositivamente el futuro. Los psiquiatras usan una palabra que se llama resiliencia: parecería que somos muy resilientes mi madre y yo y hemos vivido las mismas situaciones. En mi hogar se estimuló siempre el tratar de ponerse en los zapatos del otro, por supuesto identificando las responsabilidades donde corresponde. No olvidar, pero también pensar cómo ser positivo para adelante, y en este sentido es que yo no tengo la receta. Sencillamente, fue consolidándose en mí la sensación de que todo esto que pasó en Chile fue tan terrible que mi responsabilidad es que donde yo estuviera -como una funcionaria pública y chiquitita, una ministra de Salud o Defensa, o una presidenta- debía hacer todos los esfuerzos para que nuestro país se reencontrara. Soy extremadamente realista: cada uno estuvo parado en determinados zapatos y eso hace que haya vivido como vivió el proceso. No pretendo que alguien que estuvo parado en zapatos muy opuestos a los míos sienta lo mismo que yo sentía en ese momento. Sin embargo, espero de esa persona o de otras que en el futuro tengan el compromiso de que esto no vuelva a pasar. A eso he dedicado mis energías y mis esfuerzos. A buscar cómo generamos las condiciones para que en nuestra sociedad aprendamos a resolver más democráticamente nuestras diferencias, a entender que nada puede pasar por sobre la persona humana, no hay doctrinas, como la de la seguridad nacional, que se puedan hacer a costa de la gente, y la gente debe estar siempre en el centro de la preocupación. Por eso una de mis preocupaciones es cómo cuidamos lo que hemos sido capaces de construir, que no es perfecto, que tiene quiebres, tensiones pero que, con todo, es un nivel de reencuentro bastante alto. He definido como una de los metas del Bicentenario el Museo de la Memoria, que vamos a inaugurar en enero, donde estará no sólo el archivo histórico de todos los casos de violación de derechos humanos, sino que será muy gráfico porque queremos que las nuevas generaciones comprendan y aprendan de lo que pasó. El sentido definitivo es cómo cuidamos nuestra democracia. Hay algo me me gusta mucho como concepto, porque no significa tratar de igualarnos cuando no somos iguales, que es el de la amistad cívica. Creo profundamente en eso. Podemos ser tremendamente distintos, podemos ser adversarios políticos, podemos discutir con pasión un argumento, pero sabemos que, en definitiva, somos capaces de construir una relación racional, sensata y democrática en la sociedad.
-Al leer su historia y la de su madre, me llamó la atención que, ya en democracia, ella se encontró en el ascensor del edificio donde vivía, cara a cara, con uno de sus torturadores, Marcelo Moren Brito. Es obvio que en esas situaciones uno puede ponerse violento, agredir, insultar. Su madre no hizo nada de esto, pero le recordó quién era ella. Buscando una situación paralela, obviamente imaginaria, ¿qué le diría a Pinochet si se lo encontrara ahora?
-Bueno, yo viví ahí mismo, así que me encontré con ese caballero muchas veces. De hecho, yo estacionaba mi auto frente al de él y me lo encontré en infinitas ocasiones. Y yo había estado en Villa Grimaldi junto a mi madre, así que para mí eso no era menor. Cuando yo estaba haciendo mi beca de pediatria, una compañera se casó con un militar que trabajaba con Pinochet y yo fui a la boda y él andaba por ahí... La verdad es que... Bueno, ya no está acá.
-Pero si lo tuviera acá mismo, frente a usted, ¿qué le diría? Es sólo un puro ejercicio de imaginación.
-La verdad es que... (hay varios segundos de silencio) nunca me puse en ese lugar. Probablemente si me lo hubiera encontrado le habría hecho un planteamiento de... de tremenda responsabilidad por lo que había pasado, de transmitir el tremendo dolor de una sociedad que se quebró y donde, además, hubo una enorme cantidad de víctimas. También, que nada justifica eso, que no hay ningún justificativo, pero que lo que yo hubiera esperado es que hubiera tomado la responsabilidad pública ante el conjunto de la sociedad. Eso no se dio, y creo que eso no fue bueno para la sociedad ni para las fuerzas armadas en Chile.
-Le voy a hacer la misma pregunta que le hice a Lula: si hubiera nacido en la Argentina, ¿usted sería peronista?
-(Se toma unos segundos) Mire, en ningún ámbito me dedico a la política ficción. Probablemente por mi historia, por mi familia, donde estuviera estaría en una fuerza política progresista.
-¿Considera que el peronismo es progresista?
-Por eso digo, yo no me pongo a hacer política ficción (se ríe).
-La presidenta Cristina Kirchner suele decir que por ser mujer todo le ha costado más en su gestión presidencial. ¿A usted le pasa lo mismo?
-Ya no. Al comienzo, la medida que se aplicaba a los presidentes tenía que ver con ciertos códigos masculinos. La gente me eligió por mis características, pero me trataban de encasillar en cánones que no eran los tradicionales de un hombre político. Y no lo era, no lo he sido ni lo seré. Por tanto, algunas características de mi liderazgo tenían una lectura equivocada: yo tomaba una decisión y siempre se decía que había un hombre que me había convencido. Cuando atravesamos muy bien la crisis no fue gracias a la presidenta, sino al ministro de Hacienda. Y la única virtud de la presidenta era haber nombrado al ministro de Hacienda. Siempre hay eso. Pero, más allá de eso, al principio fue muy complejo porque me evaluaban por mi peso, por mi ropa, cosa que no hacían con los hombres. Uno de los cambios importantes de este gobierno ha sido cultural: las mujeres de nuestro país sienten que ya no hay límites desde el punto de vista de la posibilidad de desarrollar sus talentos, su capacidad, que si quieren llegar a ser presidente de la República van a poder serlo.
-¿Y qué ventaja le da el hecho de ser mujer para gobernar? ¿Qué diferencia a la mujer del hombre en la política?
-Toda generalización es mala. Conozco mujeres que desarrollan mucho su componente masculino y hombres que desarrollan su componente femenino. Uno encuentra liderazgos de todo tipo, pero lo que observo muchas veces de las mujeres es su capacidad de ponerse en los zapatos del otro. Y siento que en la política, en la resolución de conflictos, que es parte muy importante de la conducción de cualquier proceso, es muy importante ser capaz de entender lo que le pasa al otro, no quedarse con la imagen. Porque a veces las imágenes pueden ser erróneas. No digo que todas las mujeres lo puedan hacer y los hombres no, sino que hay una cierta capacidad de las mujeres de ser empáticas, de entender lo que pasa y, por lo tanto, de buscar soluciones más adecuadas. Siempre bromeo con los empresarios: les digo que no contraten tanto consultor en inteligencia emocional. Cuando quieran mejorar el clima laboral, traten de contratar más mujeres. No sé si es aprendido, si es biológico, si tiene que ver con generar las mejores condiciones en el hogar. Hay características que no son mejores que otras, sino que son complementarias, y que hacen que se puedan tomar buenas decisiones. Hay una capacidad de llegar a la política por amor, por decirlo así, por compromiso, por la misión. Y eso es también un aporte a la política. Hay un viejo dicho francés que decía que cuando una mujer entraba en la política cambiaba la mujer, pero cuando muchas entraban en la política cambiaba la política.
-Y como gobernante, ¿se siente más identificada con el estilo de Angela Merkel o de Cristina Kirchner?
-Con el de Michelle Bachelet (risas).
MANO A MANO
Es imposible evitar la tentación de comparar a Michelle Bachelet con la presidenta Kirchner. Pero también es imposible compararlas. No sólo porque la mandataria chilena gobierna sin un marido cerca. "No te enamores de ella", me aconsejó un colega que sabe del carisma de Bachelet. Y no me enamoré, pero la entrevista de una hora y 20 minutos, en el Palacio de la Moneda, me permitió entender por qué los chilenos se enamoraron de ella. Es inteligente, humilde y cálida. No sobreactúa. Se nota que no resignó principios que mantiene desde los años 60. Respondió con naturalidad, pero hubo un solo momento difícil, en el que cambió la expresión de su rostro y bajó unos instantes su cabeza: fue cuando le pregunté qué le diría a Augusto Pinochet si lo tuviera cara a cara. Hubo segundos de silencio que parecieron horas y un ligero tartamudeo. Pero Bachelet se recompuso y dio una respuesta impecable. Podría no haber contestado. O haber apelado al manual del dirigente políticamente correcto. "En política hay que ser ético y también estético", había dicho antes. Ni en aquel instante de titubeo, tan éticamente antiestético, sentí que la dominara el odio o el rencor. Sí sentí envidia.

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