sábado, 12 de enero de 2013

Jazz: crítica del concierto de Wayne Shorter

Wayne Shorter, en el Gran Rex

Diario La Nación, Sección Espectáculos, 11 de junio de 2011


Los porteños íbamos a ver anteanoche un concierto de Wayne Shorter en el teatro Gran Rex, pero terminamos presenciando otro. ¿Mejor? ¿Peor? Nadie lo sabe. Sí que fue distinto al que se preveía y que, además, fue claramente inolvidable. La culpa de todo, casi como si fuera salido de una exagerada novela de ciencia ficción, la tuvo la ceniza volcánica.
Esto hay que explicarlo mejor: el legendario saxofonista iba a tocar en Buenos Aires con la baterista norteamericana Terri Lyne Carrington, pero los problemas que originó la nube de cenizas del volcán Puyehue hizo que el avión que traía a aquella artista desde Estados Unidos aterrizara en Santiago, Chile, y sin posibilidades de llegar a Ezeiza. Conclusión: eran las dos de la tarde del día del concierto y Shorter podría haber decidido suspender o cancelar la función, pero hizo lo que mejor le sale: improvisó y resolvió reemplazar a su baterista por un músico argentino, Oscar Giunta.
Y Giunta, uno de los mejores bateristas de la Argentina, ensayó apenas un par de horas antes del show con Shorter, Pérez y Patittucci, salió al ruedo con algo de timidez y terminó ganándose largas ovaciones del público, que casi compitieron con las que recibió la coestrella de Weather Report.
"Me bajé del 60 y ahora estoy acá", bromeó Giunta al agradecer en el escenario algunos de los tantos mensajes de aliento que recibió desde la platea. Es que parecía una misión imposible: sumarse con tan poca anticipación a un grupo liderado por una megaestrella de jazz y con dos de los principales músicos del momento, que se conocen de memoria porque tocan desde hace años, y no sólo no desentonar sino también poder aportar algo personal a una propuesta artística que no es nada convencional.
Shorter, que ya no hace standards de esos que sabemos todos, se convierte en una especie de generoso maestro de ceremonias que interviene de manera escueta, pero justa y virtuosa, y abre permanentemente el juego para que se luzcan los otros músicos, y, así, cada uno va dándole pinceladas de su propio color a un mural heterogéneo, multifacético, donde importa más el conjunto que las escasas intervenciones solistas.
Por eso Giunta, a fuerza de coraje y creatividad, y hasta con algunos toques como un malambo con el que comenzó uno de los bises o su arriesgada decisión de tocar los tambores con las manos, fue la inesperada revelación de la noche. Con Terri Lyne Carrington, una gran baterista, seguramente habría resultado otro concierto.

PINCELADAS ANTES QUE SOLOS

Shorter es partidario de no interpretar temas con principios y finales reconocibles, sino de montar largas suites donde manda la improvisación y los cambios permanentes. Y él mismo, que en el primer tramo del concierto parecía estar incómodo con la boquilla de su saxo tenor, se reserva el lugar de dar pinceladas antes que solos, muy a la manera de lo que hacía en Weather Report. E incluso se mostró más cómodo y sólido cuando sopló y exprimió su saxo soprano, una de sus especialidades, al que le sacó un sonido pocas veces escuchado en estas pampas.
Para una propuesta de estas características en mucho lo apuntala un pianista desbordante como Pérez, dinámico, a veces en demasía y por momentos peleado con los matices, pero cuya veta latina, indisimulable, le quita cierto costado cerebral que trae aparejado este audaz fresco musical que diseña el cuarteto, en vivo y sin red. Patittuci es una muralla que enhebra ritmos y forma con el pianista una sociedad llena de luminosas complicidades, y a las que Giunta (que terminó lagrimeando de emoción) muchas veces logró sumarse.
A los que dicen que el jazz está muerto, Shorter, a los 77 años, brindó una lección: cómo se puede dar nueva vida al género sin mirar hacia atrás y con las ideas intactas.

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