sábado, 12 de enero de 2013

Rock: entrevista con Carlos Santana

A solas con Carlos Santana: Samba pa´ti, Argentina


Diario La Nación, Sección Espectáculos, 19 de septiembre de 1999


DENVER.- "Cuando me miro en el espejo no encuentro una personalidad, sino una persona. Veo a mi papá, a mi mamá, a mis hijos, pero a veces me miro a los ojos y veo lo mismo que en la gente pobre de Estambul, de Buenos Aires o de México. Porque la pobreza huele igual, you know . A mí no se me olvida ese olor. Cuando voy a Hong Kong huele igual a Africa o la Argentina, y por eso quiero utilizar la música para nivelar, para superar la pobreza, para alegrar a los pueblos."
Cualquiera diría que el que habla no es el mismo Carlos Santana que sacó patente de personalidad en el Festival de Woodstock hace treinta años y que, desde entonces, se ubicó en la galería de héroes de la guitarra, con el rock latino como un sello propio que él se encargó, con astucia y talento, de renovar cíclicamente.
Pero sí, persona y personalidad están a solas anteLa Nación . Faltan pocas horas para que comience el último de los recitales de esta primera etapa de su gira, junto con los mexicanos de Ozomatli y de Maná. Santana está aquí para presentar en sociedad su nuevo disco, "Supernatural", el número 31º de su carrera, que por fin lo volvió a ubicar en los primeros lugares de los rankings de venta y que le permitió actualizar generacionalmente su público con invitados musicales de este fin de siglo como Lauryn Hill, Dave Matthews, Everlast, Wyclef Jean, Maná y otro jurásico sobreviviente de aquellos años sesenta: Eric Clapton.
Lo primero que impresiona de Santana es que no parece lo que uno espera de esta personalidad (o persona). Esto es: no mide más de 1,75 metro, es muy delgado, sus manos tienen dedos largos (para lo que podría entenderse como normales), ni de entre casa se quita un sombrero (debajo del cual puede adivinarse menos pelo que el que se le ve, con bastantes canas), una túnica negra con dibujos en dorado, pantalón de algodón negro, zapatillas deportivas sin medias.
Pide un té, sin azúcar, del que apenas toma tres sorbos en los 35 minutos exactos que dura el reportaje y que controla, casi al descuido, apoyando su reloj de pulsera en la impersonal mesa ratona de la impersonal suite donde habla con La Nación .
No fuma, no gesticula, conversa en un medio tono y sin mirar a los ojos de este cronista, pero busca su mirada cuando responde. Y ahí sí, en lo profundo de sus ojos negros puede adivinarse la misma energía que desarrolla en el escenario.
No lo rodea una corte de managers y de guardaespaldas. No es lo que podría esperarse de una estrella del rock que hace treinta años que no detiene su marcha. Tampoco lo es esta gira que comenzó en el sur norteamericano y finaliza en Morrison, un pueblo de 465 habitantes, cercano a la ciudad de Denver, que se parece más a una carpa trashumante donde el ídolo cincuentón comparte sus horas y el escenario con dos grupos mexicanos como si todos tuvieran veinte años, recién hubiesen llegado de su tierra natal y compartieran el objetivo de conquistar por primera vez el difícil mercado gringo .
"Cuando me miro en el espejo no encuentro una personalidad, sino una persona", fueron las palabras de Santana. La pregunta había sido si no le pesaba ser quien es, si tantos años de carrera, si tantos éxitos, si ser el dueño no sólo de un estilo tan personal de tocar la guitarra, sino también de un sonido propio, inconfundible, no es demasiado para cualquier mortal. Y, en ese momento, Santana sonríe.
No es, en verdad, un hombre de sonrisas fáciles. Tiene un arsenal de frases que parecen cuidadosamente elegidas, que siempre combinan entre sí, y parece saber de antemano cuál hará impacto en su interlocutor. Como si su lengua fuera una prolongación de sus dedos, esos que conocen cómo levantar a la platea, cómo emocionar.

"CREO EN LO QUE DIGO"

"¿Que si soy new age ? Lo dices por la forma en que hablo, ¿no?, pero yo realmente creo todo lo que digo, you know. " No lo dice con enojo. Parece acostumbrado a los disímiles efectos de su discurso, una mezcla de duros conceptos (en la entrevista se pronunció contra el Papa, los políticos, los corruptos) y frases casi ingenuas y más dignas de un manual de autoayuda: "Todos los seres humanos somos espíritus multidimensionales, con inmensas oportunidades" o "cada uno es un arco iris y no un solo color" son algunas de ellas. Un discurso siempre matizado por conceptos que confirman su condición de músico políticamente correcto: tocó en los conciertos de Amnesty, en favor de Nelson Mandela, en El Salvador desgarrado por la violencia.
"La pobreza huele igual, you know . A mí no se me olvida ese olor", había dicho Santana. Seguramente recordaba que su lucha había sido la de muchos latinos en los Estados Unidos. Pero no en estos supuestamente tolerantes años noventa, sino en aquellos convulsionados comienzos de los sesenta, cuando ese Carlos Santana de apenas 16 años (había nacido en Autlán, en Jalisco, México, en 1946) siguió a sus padres, José y Josefina, y a sus cinco hermanos a San Francisco para despegarse del hambre y acercarse a una tierra teóricamente próspera en posibilidades, pero también en iniquidades: eran los años en que los gringos no veían con tan buenos ojos a los inmigrantes chicanos (¿ahora sí?).
Don José era un violinista mariachi y le contagió el amor por la música a su hijo Carlos, que primero probó suerte con los instrumentos de viento, luego con el violín y, finalmente, prefirió la guitarra eléctrica que su papá le compró por pocos dólares en una primera visita a la Costa Oeste de los Estados Unidos.
"Mi padre no fue famoso, pero la gente lo adoraba _recuerda hoy Santana_. Lo llamaban todos los días para tocar en las kermeses, los bautismos, las bodas. Siempre quise ser como él. Desde pequeño vi en los ojos de la gente cómo lo querían. Cuando tomaba el violín no existían las penas. Es lo que él me enseñó primero: cómo penetrar en el corazón de la gente. Fue un buen profesor. Mi madre me enseñó principios de convicción, y mi padre, de carisma." En la patria de los gringos nacía un mundo nuevo, que era el mismo de siempre, pero tamizado por una cultura hippie llena de esperanzas, de utopías, de discursos pacifistas, de drogas, de rechazos a la guerra en Vietnam, de amor libre, de psicodelia. Y de chicanos como Santana que veían ese mundo nuevo desde la pequeña ventana que les dejaban oficios como los de lavaplatos.
En su caso, además, había espacio para la música: el hijo del mariachi violinista se había perfeccionado como un buen guitarrista, algo que no impidió su súbita decisión de regresar a México, en 1966, para intentar lo que la tierra de promesas no había podido cumplir. Dos años después, cansado de haber podido tocar solamente en casamientos y en banquetes, Santana volvió a dejar su tierra para radicarse, ahora sí definitivamente, en San Francisco.
Su vida cambió por fruto del azar y de forma casi cinematográfica. Escena 1: Santana convertido en un habitué del Filmore West, el local donde todas las noches tocaban las bandas de moda, regenteado por Bill Graham (que sería clave para el futuro de nuestro amigo chicano). Escena 2: bluseros como Al Kooper y Mike Bloomfield, en tres esperadas jam sessions del Filmore West, con entradas agotadas. Escena 3: enfermo, Bloomfield les deja su lugar a varios guitarristas que se presentaron espontáneamente. Escena 4: de todos los sustitutos, ¿adivinen quién terminó aplaudido como si fuera un enviado guitarrístico del Señor?
La escena 5 comienza a ser obvia: Graham, el dueño del Filmore West, lo termina apadrinando; nuestro amigo chicano forma la Carlos Santana Blues Band, con algunos músicos norteamericanos y otros importados de México. De la mezcla surge una música que fusiona rock, blues, jazz, ritmos latinos, africanos y caribeños. Faltaba poco para que ese cóctel con destino de híbrido tuviera un sabor distinto y exitoso.

LOS AÑOS DE WOODSTOCK

Lo que siguió, en 1969, fue Woodstock. Consagratorio para una generación y para una serie de músicos entre los que sí, por fin, estaba Santana. Hoy, nuestro amigo chicano lo recuerda con cariño, pero sin nostalgia: "Fue tan importante que por eso no me interesó esta última edición, hija del dinero. A Woodstock lo llevo encima. Nadie me lo puede quitar. ¿Si algo ha cambiado desde entonces? Es lo mismo. Hay diferentes nombres, pero tenemos las mismas noticias. Lo único es que hay más gente que medita, que reza, que invoca los espíritus divinos. La prensa sólo difunde lo negativo, aunque haya mucha más gente que se levanta cada día para curar e iluminar esta vida. No es que antes hubiera más ilusiones. Es que no nos quedaba otra. Teníamos que levantarnos y protestar. En todas partes había matanzas. En las universidades, en México, en las Olimpíadas, en Vietnam... Era una guerra el mundo de los años sesenta y por eso la música era tan fuerte. Pero también hay otra guerra hoy. Que no sólo se desarrolla desde afuera, sino desde adentro nuestro. Hoy, el miedo es nuestro peor enemigo. El mundo está como está simplemente porque lo permitimos".

SU PROPIO GURÚ

Santana se entusiasma cuando se le señala que, a esta altura, parece el inventor de su propia religión. En 1972, nuestro amigo chicano resuelve dejar atrás un presente demasiado lleno de mujeres fáciles y drogas difíciles, y, gracias al guitarrista de jazz Larry Coryell, se conecta con el gurú Sri Chinmoy, que ya había reclutado a otro colega como John McLaughlin. Desde entonces, con pelo corto y túnicas blancas, se hace llamar Devadip. Hoy, el gurú de Santana es él mismo. "Cada uno tiene su forma de agarrar la guitarra, y para eso no hay profesión. En los próximos cien años no vamos a necesitar gurúes, ni swamis, ni ministros. No necesitaremos las tres p. ¿Sabes qué son? El Papa, la política y los patrones. Cada uno será consciente de que todo lo que necesita ya lo tiene adentro. Lo único que tienes que hacer es meditar, comunicarte con Dios y él te enseñará a ser victorioso en tu vida. Ser victorioso es cuando todos, y no tú solo, salimos ganando. Si no, es tragedia. A mi mamá le da miedo cuando digo esto porque mucha gente se incomoda. Pero es importante saber que no vamos a necesitar un hombre entre nosotros y Dios."
En esta particular concepción autogestionada de la relación con el Supremo, Santana también incluye una suerte de mandato divino para extender el arte latino por todo el territorio norteamericano.
"Estoy muy contento de que Dios me ponga en este camino para poder unificar lo que ofrecemos Ricky Martin, Jennifer Lopez, Maná, Rubén Blades, Gloria Estefan, para cambiar al menos la forma en que nos pintan en California y en el resto de este país", sostiene este enemigo de los rótulos musicales y étnicos, que tampoco es amigo de lo que los medios llaman el boom latino en los Estados Unidos. "No creo en nacionalismos ni en separatismos. Menos en este boom . ¿Si existe aquí discriminación hacia los latinos? Igual que en la Argentina, que en Cuba... Aquí no es diferente, aunque es cierto que es más intenso.
"Y mi último CD es una muestra de integración. Este disco lo hicimos con mucha gente que son espíritus muy fuertes, y todos queremos lo mismo: acelerar con la música otra dimensión en este planeta para que no haya tanta pobreza, tanto sufrimiento, tanta perversión y tanta ignorancia. Somos espíritus multidimensionales, con inmensas oportunidades y posibilidades. No importan las fronteras, los presidentes y las banderas. Queremos usar este regalo de Dios para que la gente de habla hispana tenga un mejor futuro, transformar gobiernos, desplazar a los corruptos, tentar los corazones de la gente rica que controla todo." Nuestro amigo chicano admite que la convivencia de géneros de su nuevo álbum (donde hasta aparece el rap y el hip-hop) es producto de la influencia de sus tres hijos (Salvador, de 16 años; Stella, de 14, y Angelica, de 9), de los cuales sólo el primero "toca un poco la guitarra, pero sus instrumentos son el piano y los tambores". A ellos les gusta la música de su papá, pero también creen que no existen las etiquetas: "Siempre hablamos con ellos que lo primero que hace la música es arreglar las células del que la oye. Por eso se erizan los pelos de la gente y comienzan a cantar y a llorar. La música sensibiliza los corazones".

EL MILAGRO DE UNA FUNDACIÓN

Ante este hombre con semejante discurso, muchos podrán creer que se trata de una pose, de un predicador chicano que habla sobre las bondades de su producto espiritual-musical mientras se sienta en la pila de dólares de los discos que vende. Hay, entre otros, un dato que muestra una correspondencia directa entre sus palabras y los hechos: la Fundación Milagro, que él y su esposa presiden, para subsidiar los estudios de los latinos pobres en California.
"En este Estado, el gobierno paga solamente 4500 dólares por año en cada estudiante, mientras se gastan 35.000 por cada prisionero. La fundación quiere cambiar eso. Queremos más educación para los latinos para que no abandonen la escuela porque si no acabarán en la cárcel. También damos energía, que es dinero, a las mujeres solteras que se embarazan y a las jóvenes que no tienen trabajo y les enseñamos computación, por ejemplo, para que tengan una profesión con más dignidad. No creo en el comunismo ni en el capitalismo, ni en demócratas ni en republicanos. No creo en las religiones, que son un negocio, instituciones corruptas. Creo nada más que en el corazón de la gente."
Y, ahora sí, entra en escena su manager. Nuestro amigo chicano mira de reojo su reloj de pulsera y estira su mano para terminar esta nota que, por momentos, fue toda una clase de catecismo santanístico, por buscarle algún nombre. Por eso parece lógico que para contestar la última pregunta (¿Tocará nuevamente en la Argentina?) no pueda con su genio e invoque una instancia suprema: "Si Dios quiere, en febrero o marzo del 2000".

Como el discurso de un gurú


DENVER.- Si hubiera un Pequeño Santana Ilustrado, podría contener conceptos como los que siguen.
  • "La idea es sensibilizar los corazones. Un camino es la música. Jesucristo cambió el destino de este planeta hace 2000 años y todos tenemos un cacho (sic) muy grande de él, y también de Mahoma, Alá, Buda."
  • "Si tú quieres lo más elevado para el planeta y la gente, no necesitas leer la Biblia ni otros libros sagrados, porque quiere decir que tú eres sagrado."
  • "Siento que en América del Sur los valores falsos de Europa le pusieron un techo a la mentalidad de la gente, desde México hasta la Argentina. Culpabilidad, vergüenza, miedo, condena, juzgamiento... Son todas cosas negativas que vienen de conceptos europeos."
  • "La libertad es cuando uno empieza a decirse a sí mismo "Dios me hizo", entonces tengo que tener algo divino, y como lo soy, me comportaré como ser divino."
  • "La prueba de mi existencia es que si yo pienso 15 minutos en Eric Clapton, él me va a llamar."
  • "A cada músico que está en contacto conmigo yo le paso un virus, y ellos, a su vez, me pasan un virus. Y ese virus es espiritual. Es lo que yo he aprendido de (John) Coltrane, de (Bob) Marley, de Cristo. Hay tantos santos y personas espirituales que han llegado a este mundo..."
  • "Cuando tienes el corazón abierto ves que todo es uno, que no hay más que una verdad en todas las religiones, en todos los caminos de divinidad. Y como todo es uno debemos tratarnos como lo que somos: sagrados, todos, desde el Papa hasta la prostituta."
  • "Me gusta darle a conocer a la gente que cada ser humano es importante, se llame Guillermo Vilas o como una mesera. Porque el que sirve es reina o rey. Y el que no sirve, no sirve."

En vivo, una lección de energía latina


DENVER.- Santana ha decidido darle un color más latino que nunca a su carrera, y la gira que acaba de finalizar en Morrison, este coqueto pueblo de 465 habitantes, es una demostración de ello.
¿Cómo explicar, si no, la decisión de compartir esta gira que comenzó en el sur de los Estados Unidos junto con el ascendente grupo mexicano Maná y sus compatriotas de Ozomatli? No se trata de una mera estrategia de marketing. El propio Santana, en diálogo con La Nación , explicó que cuando visite nuevamente la Argentina, a principios del año próximo, quiere tocar acompañado por bandas nacionales que estén en su misma sintonía.
Sea como fuere, el apacible Morrison -de apenas cinco calles céntricas y rodeado de montañas- está hoy más alborotado que nunca. El anfiteatro Red Rocks, con capacidad para un poco más de 9000 personas, es la sede de esta despedida del tramo latino de la gira de Santana (el mes próximo, la reanudará en las más importantes ciudades de los Estados Unidos). La mezcla de géneros de Ozomatli (desde el latin rock hasta el punk) enciende los ánimos en las gradas de este anfiteatro, construido entre las montañas. La temperatura del público (que en un 60 por ciento parece de origen latino) se eleva cuando aparece Fher, el cantante de Maná, y el resto de la banda. Un largo set, de casi una hora y media, permite que el líder del grupo se dirija demagógicamente a los concurrentes: "Sin ustedes, los latinos, este país no sería nada".
El turno de Santana, vitoreado como un enviado del Señor, permitirá comprobar que, gardelianamente, cada día toca mejor. El show, como su disco "Supernatural", comienza con el rítmico "(Da Le) Yaleo" y finaliza con el hit "Corazón espinado", junto con Maná. En el medio, todo su nuevo disco, clásicos como "Todos quieren algo", "Europa", "Mujer de magia negra", "Oye cómo va" y hasta el Concierto de Aranjuez.
Su banda es una de las mejores de todos los tiempos. Sobre todo Rodney Holmes, ese pulpo humano que está detrás de la batería, y los increíbles percusionistas Karl Perazzo y Raúl Rekow, cuyas manos tocan los timbales y las congas como si no tuvieran sólo piel, músculo y hueso. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario